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Las abejas olvidadas

Lo primero que se nos viene a la cabeza cuando pensamos en abejas es la imagen de una bulliciosa colmena con miles de obreras defendiendo la colonia, produciendo rica miel o ayudando a la reina a sacar adelante a la prole. Sin embargo, esta imagen choca de frente con la realidad: la inmensa mayoría de las especies de abejas llevan una vida solitaria.

Cada hembra construye su propio nido, hace acopio de polen y néctar para sus crías, y lo defiende de intrusos indeseados. A nivel mundial aproximadamente el 90% de las 20.000 especies que existen son solitarias (y tan sólo un 10% de las especies son sociales). En Canarias, esta proporción es todavía más acusada, de las 125 especies presentes en el archipiélago, 122 son solitarias (¡un 98%!).

Ejemplo de algunas especies de abejas solitarias canarias (de izquierda a derecha): Anthophora purpurariaAnthophora porphyreaMelitta aegyptiaca, y Panurginus brullei (C. Ruiz)

La evolución ha provisto a estas especies solitarias de unas adaptaciones increíbles para sobrevivir: una combinación de pelos, peines y cepillos para recolectar y transportar el preciado polen de las flores hasta sus nidos, así como una lengua protráctil para acceder al dulce néctar. Las hembras construyen sus nidos en oquedades, en troncos, bajo tierra o incluso ¡en conchas de caracoles en las costas de Canarias! Para construirlos usan materiales muy diversos: barro, piedritas, trozos de hojas, pétalos o incluso una sustancia similar al celofán que secretan algunas especies. En cada nido construyen varias celdas, separándolas con tabiques. En el interior de cada celda, la hembra deposita una provisión tanto de néctar como de polen y un único huevo. Una vez finalizado el proceso lo tabicará para protegerlo de depredadores y parásitos. Las hembras de abejas solitarias son unas perseverantes e infatigables madres solteras trabajadoras, dedicadas hasta la extenuación a sacar adelante a su prole. Cuando emergen las larvas, pasarán su vida alimentándose del acopio que les hizo su madre hasta convertirse en individuos adultos. Y su salida al mundo exterior tiene que estar sincronizada con la floración de las plantas, como si de una pareja de baile se tratara.

Texto: Carlos Ruiz

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