Cuando uno se imagina un lugar idílico para las abejas visualiza un prado verde de montaña repleto de flores de todos los colores, con abejas zumbando atareadas de aquí para allá. Sin embargo, la naturaleza es caprichosa y muchas veces las cosas no son como nos las imaginamos.
En el mundo real, por el contrario, basta con ver un mapa de distribución global de la diversidad de abejas para comprobar que las zonas con mayor diversidad se corresponden con lugares desérticos o semi desérticos con floración escasa y esporádica. Entre estas zonas destaca la cuenca mediterránea, -tanto del sur de Europa como del norte de África- o las zonas desérticas del suroeste norteamericano. Estas regiones albergan una diversa fauna de abejas solitarias con altos niveles de endemismo. Estas abejas del desierto han desarrollado adaptaciones increíbles para sobrevivir en estos difíciles e imprevisibles hábitats, como los cortos periodos de vida como adulto (de unas pocas semanas) sincronizados de forma precisa con la efímera ventana de floración de sus plantas hospedadoras, o los altos niveles de especialización con las plantas de las que se alimentan. Por el contrario, las abejas sociales dominan en zonas húmedas como los trópicos, donde la floración, al ser más abundante y constante a lo largo del año, les permite mantener sus pobladas colonias.
Malpaís de Güímar. Tenerife. Foto: C. Ruiz
En Canarias, la diversidad de abejas también sigue el mismo patrón y observamos como las zonas costeras y vertientes sur de las islas son las que albergan una mayor diversidad de abejas solitarias y un mayor número de especies endémicas de las islas. Por el contrario, las especies sociales (que en nuestras islas se limitan a la abeja doméstica de la miel, y tres especies silvestres) predominan en zonas húmedas como las vertientes norte de las islas, con mayor cantidad de recursos florales. Incluso han estado ausentes de forma natural hasta hace una década en las islas orientales debido a su aridez. Por tanto, hábitats como los cardonales y tabaibales, o las zonas dunares constituyen lugares de vital importancia para la supervivencia de las abejas canarias, albergando especies endémicas que sólo existen en estos inhóspitos lugares.
Macho de Anthophora pulverosa sobre la planta de la que se alimenta casi exclusivamente Heliotropium ramosissimum. Foto: Gustavo Peña.
El porqué de está alta diversidad de abejas solitarias en zonas áridas no está tan claro. Existen varias hipótesis. La primera es que, al anidar la mayoría de las especies en el suelo, tienen que enfrentarse a hongos e inundaciones en zonas húmedas. Otra hipótesis sugiere que las ingeniosas adaptaciones de las abejas solitarias para sobrevivir en estos desérticos ambientes aumentan la probabilidad de especiación. Un ejemplo serían las tres especies endémicas de Anthophora que existen en Canarias del subgénero Heliophila, nombre que hace referencia a donde habitan, ya que significa amantes del sol. Estas especies se han adaptado a explotar diferentes especies de plantas con distinto periodo de floración. A. lieftincki, distribuida por Lanzarote y Fuerteventura, se alimenta de diversas especies de asteráceas y boragináceas; en cambio A. pulverosa, que habita en las islas centro-orientales, depende en exclusiva de las flores de hierba camellera (Heliotropium ramosissimum), mientras que A. lanzarotensis, endemismo conejero, se alimenta principalmente sobre jorjas (Asteriscus intermedius).